miércoles, 30 de diciembre de 2015

El deseo de la última calada.

Y él, que conocía cada rincón de mi cuerpo,
cada centímetro de mi piel,
cada tonalidad diferente de mi ser.
Él, que me había desnudado y no sólo por fuera,
que había besado todas mis cicatrices y heridas aun sin cicatrizar.
Él, que se sabía de memoria cada lunar de mis constelaciones,
cada pestaña de mis ojos,
cada imperfección.
Él, que conocía sin problemas el ritmo acelerado de mi corazón:
que paraba en seco cuando me besaba
y que iba todavía más deprisa cuando se iba de mi lado.

Me había llegado a conocer como nadie;
conocía la mayor parte de mi alma
—y eso es algo que pocos, por no decir nadie, dicen—.

Le había dado mis sueños,
mis miedos e inseguridades.
Le había dado mis secretos
y le había dado mi risa.

Esa risa que cada vez que se fijaba en él, aparecía.
Esa risa que sin querer salía incluso estando enfadada.
Esa risa que únicamente le pertenecía a él,
que llevaba su nombre.

Le había dado incluso ese deseo que pides cuando das la última calada,
cuando dejas que todos los componentes del tabaco entren dentro de ti,
le había dado mi vida
convertida en el humo de ese cigarro,
tan efímera,
tan débil
tan nociva
y a la vez tan placentera.



Fotografía: Jesús Peláez (twitter.com/Jeechus)
jesuspelaezwp.wordpress.com (Página web)

martes, 29 de diciembre de 2015

Esquemas.

Y tú, que crees que el amor es jodido, déjame decirte que te equivocas,
que no es así,
que lo jodido aquí es soportar que tus tranquilas mariposas se han convertido en abejas asesinas y te están destrozando el estómago,
es intentar dormir pero no hacerlo porque ves su imagen en tu mente cada vez que cierras los ojos.

Es disimular cuando te preguntan que por qué esa cara de gilipollas cuando miras tu móvil, y es preguntarte: 
“¿Y por qué yo?” si habrán mil mejores.

Es mejorar para darle lo mejor de ti y que todavía le parezca poco. Es abrir los ojos cada día y querer girarte para verle al otro lado de la cama, pero asimilar que no está. Es pensar que le has dado tu todo, que si se va te dejará sin nada y aceptarlo.

Es atreverse a decirle que por mil defectos que tenga vas a sacarle mil y una cualidad más y que no se lo crea. Es aceptar que te han vuelto a romper los esquemas cuando creías que eran irrompibles.

Es perdonar cada fallo que cometa por mucho dolor que cause, es pasar noches y noches acompañados del insomnio porque una discusión suya duele tanto que escuece.

Es querer verle cada segundo, cada minuto, cada hora, cada maldito día de los 365 días del año y sentir que no vas a poder.

Lo jodido es querer que nadie más se acerque a su lado por el miedo de perderle, por sentirte inferior, es romper tu coraza por tener una mínima esperanza en que saldrá bien, al menos, esta vez sí.

Es dejar atrás los miedos, por no hacerles nacer de nuevo, es repetirte a diario –cómo si de un mantra se tratase— que no lo estás haciendo tan mal. Es arriesgarse y tirarse por el precipicio sin saber qué te esperará ahí abajo, sin saber, si puedes o no, matarte en el intento. 

Y es que el amor es como un tsunami,
no sabes qué casas arrasará, simplemente arrasa con todo.

Y que aquí, aquí lo jodido de todo no es el amor, es algo más complejo y complicado:
Aquí lo jodido de todo es enamorarse.



jueves, 17 de diciembre de 2015

Te fuiste.

Te fuiste y todas las luces se apagaron detrás de ti, las farolas cerraron los ojos, el cielo comenzó a llorar, tu ausencia llenaba toda esta casa, el frío venía de dentro y no podía ni siquiera cubrirme para poderlo soportar.

Te fuiste y mis pies empezaron a helarse sin los tuyos, mis manos perdieron la forma de las tuyas y mis labios, mis labios decidieron no besar otros nunca más.
Te fuiste y mi teléfono dejó de sonar, las horas pasaban lentas e incluso el minutero de vez en cuando se detenía.

Te fuiste y mi propio reflejo me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida, que tenía que vivirla, que tenía que seguir.

Te fuiste y no pude decirte adiós, no pude despedirte con uno de esos besos largos que siempre te daba, no pude abrazarte por última vez.

Te fuiste y el columpio del parque de enfrente de mi casa sigue vacío, esperando que vuelvas, que te sientes que volvamos a hablar como hacíamos antes, que nos columpiemos, y nos riamos y sigamos siendo nosotros.

Te fuiste y ahora no entiendo cómo mis dedos pueden seguir escribiéndote
si no tienen a quién escribir,
únicamente a un recuerdo,
que fue eso,

que fue eso y ya se fue.



sábado, 12 de diciembre de 2015

Próxima estación.

Miro por la ventana cómo el paisaje va disipándose, haciéndose borroso a medida que voy acelerando. Las vías van desapareciendo debajo del tren y noto cada movimiento.

Mis ojos están nublados. Se prevee tormenta. Más bien, más bien va a llover en breves.

Con él, en cambio, hacía sol.
Era una estación diferente.
Era fácil decirles al resto de estaciones que era mi parada favorita, que su tren era sólo de ida y que no había vuelta.

No sé qué tenía, pero lo tenía.
Era como el olor del café recién hecho una mañana de invierno donde fuera llovía. Como las luces de Navidad en mitad de la Gran Vía. Como un granizado de la mejor horchata de Valencia una tarde de verano, o incluso una noche en lo alto de la Torre Eiffel en París.

Era como el tacto de una manta de terciopelo cuando fuera el frío calaba, como sentir sus manos secas en plena tormenta o como morder sus labios cuando acababa de beber un chocolate caliente.

Era como escuchar tu banda sonora favorita en estéreo, aunque la ligera diferencia era que la banda sonora de mi vida era su risa.

Era mi reflejo en el brillo de sus ojos, mis ganas de verle dormir a diario
y mira si lo hacía, que ya no sabía diferenciar la realidad de los sueños. No sabía si estaba mejor durmiendo, o despierto.
Eran mis ganas de comprar un helado en la primera heladería que viese, pero cogida de su mano.
Era mi felicidad saltando cual niña pequeña a una piscina dando volteretas, celebrando su victoria más deseada.

Es curioso que acabe escribiéndole siempre sobre estas horas —o que, de otra manera—, nunca me canse de hacerlo.

Podría pasarme horas y horas hablando de él, y bueno, si no lo sabía, ya lo sabe. Es así. No me cansaría de escribirle ni de describirle, de soñar despierta con sus ojitos brillando de nuevo en mis pupilas, bailando de nuevo en mi vida.

Si había algo mejor que dormir hasta las tantas del mediodía —o incluso de la tarde—, era tenerle.
Que me moría realmente por descubrir nuevos mundos cogida de su mano, que me cogiese de la cintura cuando me despistara, que me mirase con esa carita de niño bueno y me susurrase al oído “Eres mi vida entera”.

Me moría por sus dedos acariciándome cada centímetro de mi piel y sus labios humedeciéndose mientras los míos se entumecían por las ganas.
Me moría por decir “Sí” a las locuras, y “No” a las normalidades o costumbres; ir al extremo de la no-cordura era lo mío. Y me encantaba.

Ahora, miro por la ventana y rememoro los momentos, me hago une película en la mente y sonrío al verme de protagonista aunque esta vez, esta vez he tenido que comprar la ida y también vuelta.


jueves, 3 de diciembre de 2015

Las cosas que nunca te dije.

Quiero que sepas,
que si tuviese la oportunidad de volver a conocerte, lo haría, aun sabiendo qué fuera a pasar, aun conociéndote como te conozco ahora.

Quiero que sepas, que solía hacerte fotos mientras dormías aunque posteriormente las borraba; no quería que nadie viese esa octava maravilla.

Quiero que sepas, que sonreía cada vez que te girabas, cuando te despertabas, cuando te despistabas, cuando cerrabas los ojos y al segundo los abrías.

Quiero que sepas que también hacía lo imposible por alargar el tiempo a tu lado o por acortar las despedidas, no me gustaba, ni me sigue gustando estar sin ti.

Quiero que sepas, que el agarre fuerte a tu cintura cada vez que pasaba alguna chica lo hacía adrede y no sin querer como decía, quería tener tu atención en mí más que nunca.

Quiero que sepas que he llorado mientras te decía que no lo estaba haciendo, que estaba bien,
que he sonreído cuando pensabas que estaba mosqueada y que he saltado de la alegría cuando me decías que ibas a venir a verme, aunque mi única contestación fuese: 
"Vale, dos puntos y un cierre de paréntesis".

Quiero que sepas que he imaginado miles de momentos a tu lado, un futuro, viajes, sueños…, que muchas cosas me las he callado por no parecer más débil de lo que soy y que sigo sin encontrar palabra alguna que defina lo que siento.

Pero sobre todo,
sobre todo quiero que sepas que de ser posible volvería al día en el que mis ojos se posaron en los tuyos y bailaron, y se acariciaron, y sintieron como nunca antes habían sentido. 




miércoles, 2 de diciembre de 2015

Navidades congeladas.

Estoy en la cama, otra vez. Mirando lo único que nos queda intacto. Las fotografías siguen ahí, recordándome que un día fuimos felices, que lo teníamos todo, que no nos faltaba nada.
Las manecillas del reloj se han parado desde que te has ido y en mi garganta ha nacido un nudo que no desaparece ni a la de tres.
Todos los planes, todas las promesas, todas las palabras que dijimos; todo ha desaparecido como por arte de magia. El error esta vez, es que no me he aprendido el truco.

Cuando voy por la calle, ni los niños me sonríen como antes. Tienen miedo del monstruo que he sacado. Me tienen miedo. 
Pero, ¿cómo les digo que, contigo, ese monstruo era simplemente un dulce gatito, que no hacía nada, que se acercaba a todos?

Esta noche es fría. Y sé que sin ti, las Navidades van a estar congeladas.
Las luces de las calles no van a iluminar suficiente el cielo y los árboles de Navidad no van a ser bastante bonitos. Joder, que ni siquiera los voy a poder ver.
La Navidad no va a ser lo mismo con tu ausencia por mucho que intente creérmelo.
Ni siquiera me apetece cantar villancicos como siempre he hecho.
Los cafés con espumita que tanto deseaba por estas fechas se han convertido en chupitos de tequila con sal; el limón se ha quedado demasiado dulce.
Y las risas en familia se ahogan ahora mismo en cualquier bar.


Pero aquí lo realmente jodido, no es el frío.
Es de dónde viene.
Y es que esta vez, no viene de fuera.