viernes, 26 de junio de 2015

París.

Cojamos un vuelo a París.
El primero que salga.
Sólo ida.
Y follemos en el aeropuerto
mientras esperamos nuestro viaje.

Subamos al avión.
Primera clase.
Pidamos dos mantas.
Tapémonos
y que nuestras manos nos delaten.
Descansemos hasta llegar.

Dirijámonos directamente al hotel.
Pero no me quites la mano del bolsillo trasero del pantalón.
Descarguemos el mínimo equipaje
y metámonos en la ducha.
Dejemos que el agua nos una aún más.
Y follemos.
Que el vecindario se entere de que hemos llegado.
Que las marcas de tu cuello nos delaten al salir.
Que me hagas perder la poca cordura que me queda.

Subamos a la Torre Eiffel.
Arriba.
Más arriba aún.
Miremos toda la ciudad.
Y follemos.
No me tapes la boca,
que nos oigan chillar, ¡joder!
que nos oiga chillar la ciudad del amor
y todos sus habitantes.

lunes, 8 de junio de 2015

23:31.

Dolía,
dolía tanto que necesitaba equilibrar el dolor interno con el externo.

A diario,
se rompía los nudillos
y sin derramar una maldita lágrima,
se cosía una sonrisa en la cara,
se vestía
salía a la calle
y se encendía su Marlboro.

Cada calada le llegaba directamente a los pulmones,
aspiraba como siempre
dejando que
todos los componentes del tabaco
entrasen a su vida
matándola lentamente.

Arrastraba los pies
—la vida le pesaba
su alma se consumía—
poco a poco
pero no le importaba.

Era su “Querido diario”
de cada día,
su rutina
su desastre
su caos
—ese caos que nadie quería
del que todos huían
salvo sus demonios—.

Un día
sin pensarlo siquiera
se subió a lo alto de un edificio cualquiera;
se sentó en el borde
miró al vacío
y observando el cigarro de su mano derecha
y la botella de Vodka de su mano izquierda
abrió ambos brazos y se dijo:

“Ya es hora de ser fuerte”.