sábado, 30 de enero de 2016

La penúltima vez que te escribo.

No ibas a quedarte, y eso lo sabíamos ambos.

Me arriesgué, metí la mano en el fuego prometiéndome que serías diferente, que no me quemaría; pero me hice cenizas.
Desde entonces el fuego es otra manera de helar. 
Desde entonces mis manos han perdido su forma por no tener tus dedos entrelazados en ellas. Desde entonces las notas del piano suenan desafinadas porque se me ha olvidado incluso tocar.

El café iba a quedarse frío, los cigarros consumidos en el alféizar de mi ventana y las ojeras moradas por el insomnio.
Demasiadas promesas que ardían por el deseo de ser cumplidas y que se quedaron en nada.
Ibas a largarte pero tus recuerdos iban a permanecer; quién sabe por cuánto tiempo más.

Las mañanas se resumen en la misma rutina de mierda de siempre:

Pongo el pie derecho nada más levantarme de la cama —pensando así que el día comenzará bien, pero me equivoco— y vuelvo a pisármelo con mis torpezas y heridas.
A continuación, al llegar a la cocina, caliento de nuevo el café, pero desde que tú no estás me sabe más agrio que nunca y es entonces cuando acaba desapareciendo por el fregadero.
Antes de vestirme, me observo durante unos minutos en el espejo, pero sigo viendo mis tristezas.
«Y qué más da, el maquillaje las cubre», me digo. Me visto con mi mejor sonrisa y salgo a la calle.

Todo me viene a la mente desde que no estás, el banco del parque parece incluso más triste y las palomas ni siquiera aparecen en busca de una mínima migaja de pan. Cada vez que tu perfume aparece de nuevo por mi lado, acostumbro a girarme, pero, ¡joder!, sigues sin estar.
Veo cómo incluso los maniquíes se ríen de lo triste que ando por la vida. 
Cuando llego a casa —cansada de otro día—, me desnudo, incluyendo mi alma y vuelvo a llover. Lluevo con nuestras canciones de fondo, nuestras fotos en las manos y la sonrisa rota.
Desde entonces, las fotos me salen en blanco y negro y escribirte en silencio es lo único que me alivia.

Hice de mi rutina una monotonía, un desastre.
Y qué desastre tan bonito.

Supongo que los recuerdos ya han cicatrizado en las heridas, pero, si te soy sincera:
Todavía sigo sintiendo si las rozo.



Fotografía: Jesús Peláez (twitter.com/Jeechus)
jesuspelaezwp.wordpress.com (Página web)

jueves, 21 de enero de 2016

Entre cafés y té (quieros).

No sabes la de noches que he estado pensando en la manera de no llorar releyendo alguna de tus cartas, revisando nuestras fotos en el baúl de los recuerdos, lo único que nos quedaba intacto, esas fotos que me recuerdan que un día fuimos felices,
que lo teníamos todo, que no nos faltaba nada. 

No sabes la de noches, que he estado, incluso, oliendo tu perfume que se ha quedado a vivir entre mis sábanas. 

Que sí, que sigo siendo yo quien no aprende, quien prepara café para dos cada mañana, y quien acaba por tirarlo de nuevo por el fregadero porque se ha vuelto a equivocar, porque se ha hecho agrío de esperarte, porque esta vez es solo para mí.

Soy yo quien sigue persiguiendo pétalos de rosas marchitas por esperar que formen otra vez una flor entera y preciosa. Pero ya no quedan ni siquiera semillas que vayan a florecer de un momento a otro. Ya no quedan pétalos que arrancar con un “Me quiere” después de estirar.

Todos los planes, todas las promesas, todas las palabras que dijimos; todo ha desaparecido como por arte de magia. El error esta vez, es que no me he aprendido el truco. Y que nadie más lo sabe.

Y joder, ¿tú me querías?
¿Ahora cómo le digo a esta cosa que tengo aquí dentro —sí en el pecho—, que tus letras ya no son para mí, que de nuevo ellas ya tienen dueña y que no soy yo?
¿Cómo le digo a los pedacitos de corazón que me quedan que van a tener que sobrevivir a este caos absoluto sin la calma de tus brazos?

Si intento ponerle tiritas a este vaso roto de cristal y hasta él me dice que le duele. Incluso deberías ver la elegancia con la que digo “no” a cualquiera que no seas tú, a cualquiera que no tenga tus manos o tus ojos.
Si es que me temblaba el mundo —y el alma— cuando te oía reír y ahora de eso no me queda nada.

Supongo que, al fin y al cabo, todo termina, que arriesgar no estaba entre tus planes, o al menos, arriesgarte conmigo.




Fotografía: Jesús Peláez (twitter.com/Jeechus)
jesuspelaezwp.wordpress.com (Página web)