Dolía,
dolía tanto que necesitaba equilibrar el dolor interno con el externo.
A diario,
se rompía los nudillos
y sin derramar una maldita lágrima,
se cosía una sonrisa en la cara,
se vestía
salía a la calle
y se encendía su Marlboro.
Cada calada le llegaba directamente a los pulmones,
aspiraba como siempre
dejando que
todos los componentes del tabaco
entrasen a su vida
matándola lentamente.
Arrastraba los pies
—la vida le pesaba
su alma se consumía—
poco a poco
pero no le importaba.
Era su “Querido diario”
de cada día,
su rutina
su desastre
su caos
—ese caos que nadie quería
del que todos huían
salvo sus demonios—.
Un día
sin pensarlo siquiera
se subió a lo alto de un edificio cualquiera;
se sentó en el borde
miró al vacío
y observando el cigarro de su mano derecha
y la botella de Vodka de su mano izquierda
abrió ambos brazos y se dijo:
“Ya es hora de ser fuerte”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario